Me fustigo.
Me abro la carne.
Me exhibo sobre un escenario.
Alli no ofrezco el número decisivo.
Devorarme ¡mi gran milicia! pero soy también un armador tenaz.
Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.
Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos,
tirones, las manejo todas.
A golpes junto las piezas.
Siempre regreso a mi tamaño natural.
Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y
vuelvo a montar el carafresca.
(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle
a alguien las proporciones.)
Planto mi casa en medio de la locuacidad.
Me reconstruyo con un plano inefable.
Calma. Ya está. Entro en la horma.
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